El Señor espera...




“Si no os convertís, todos pereceréis” (Lc 13,5)

Jesús aprovecha dos acontecimientos trágicos recientes para hacer una llamada general a la conversión.
Ante Dios todos necesitamos convertirnos a sus caminos.

Jesucristo nuevo Abraham que intercede ante el Padre por nosotros, higueras que poco fruto dan.
Él sabe perfectamente que Dios es Padre siempre dispuesto al perdón.
¡Respondamos con nuestra conversión!

El Señor tiene misericordia con nosotros, espera hasta el último momento a ver si damos fruto. 
A ver si por fin nuestro corazón hace ese cambio tan esperado...
El Señor espera...

Jesús espera pacientemente tu respuesta a construir una humanidad nueva, donde el fruto de la fraternidad universal abunde en nuestros pueblos.

Toda la vida de Jesús nos anuncia la buena nueva de un Dios enamorado de los seres humanos, un Dios paciente y misericordioso, que espera con solicitud de padre la hora en que cada uno de sus hijos e hijas descubran la hondura de su amor y las consecuencias que esto supone en su vida personal, familiar y social.

Dios nos habla en la historia y se sirve de los acontecimientos cotidianos para llamarnos a la conversión.

María del Evangelio que manifiestas la esencia y verdadera imagen de Dios: ¡la humanidad pronta a perdonar!
Por tu sí sabemos no de una idea sino una experiencia: siempre amados e invitados a una continua conversión van de la mano.

¡Reina y Madre de Pobres de Nazaret, ruega por nosotros!



Que el Agua de tu Espíritu Santo riegue mi huerto interior y lo fecunde, para que mis hermanos/as puedan venir a coger los frutos que necesitan.    
Aquí estoy, Señor, delante de ti,
con mi presente y con mi pasado a cuestas;
con lo que he sido y con lo que soy ahora;
con todas mis capacidades y todas mis limitaciones;
con todas mis fortalezas y todas mis debilidades.
Te doy gracias por el amor con el que me has amado,
y por el amor con el que me amas ahora, a pesar de mis fallos.

Sé bien, Señor, que por muy cerca que crea estar de Ti,
por muy bueno que me juzgue a mí mismo,
tengo mucho que cambiar en mi vida,
mucho de qué convertirme,
para ser lo que Tú quieres que yo sea,
lo que pensaste para mí cuando me creaste.

Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón,
para que Tú seas cada día con más fuerza,
el dueño de mis pensamientos, de mis palabras y de mis actos;
para que todo en mi vida gire en torno a Ti;
para que todo en mi vida sea reflejo de tu amor infinito,
de tu bondad infinita,
de tu misericordia y tu compasión.

Dame, Señor, la gracia de la conversión sincera y constante.
Dame, Señor, la gracia de mantenerme unido a Ti siempre,
hasta el último instante de mi vida en el mundo,
para luego resucitar Contigo a la Vida eterna. Amén.



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