Llevar a Cristo




“¿Quién soy yo para que me visite 
la madre de mi Señor?” 

(Lc 1,43)
Una sola palabra: 
Servicio.  
Se puso en camino para servir.
"A los hambrientos los coma de bienes. Su Misericordia llega a sus fieles."

Santa María, enséñanos a ser como tú, iglesia en salida, siempre dispuestos a servir donde sea necesario, a llevar a Cristo a los demás, a ser bendición para quien se cruce en nuestro camino.

“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”

Visitas que alegran el corazón.
Encuentros que transforman al otro.
Saludos que despiertan lo mejor de los demás.
Personas que son bendición cuando las vemos.



Qué bueno es compartirlo todo y relajarse sabiendo que entre muchos hombros la carga es más liviana y llevadera, la comunión se agranda y el espíritu comienza a creer que es posible lo imposible.
'Venid a mí', aproximaos, uníos.
Y 'confiad en el Señor'.

Mira bien a aquellos que te rodean.
Cada uno puede hacer que aparezca una nueva estrella en el firmamento. 
Pídele que haga algo posible y verás crecer su don.
Confía en el otro.
Crea lazos.
Recrea la comunidad.
Rompe el estrecho individualismo.

María refleja la luz de Cristo en cada palabra, en cada mirada, en cada encuentro.
Como nueva arca de la alianza, todo lo siembra de serena alegría.
Trabaja, habla, relaciónate, pero hazlo consciente de que llevas dentro de ti a Jesús.  

Y tú María, sin decir nada, me visitas y me llenas de gozo.
 Juntos proclamamos la grandeza del Señor. 

 Yo te saludo, María,
porque el Señor está contigo;
en tu casa, en tu calle, en tu pueblo,
en tu abrazo, en tu seno.

Yo te saludo, María,
porque te turbaste
–¿quién no lo haría ante tal noticia?–;
mas enseguida recobraste paz y ánimo
y creíste a un enviado cualquiera.

Yo te saludo, María,
porque preguntaste lo que no entendías
–aunque fuera mensaje divino–,
y no diste un sí ingenuo ni un sí ciego,
sino que tuviste diálogo y palabra propia.

Yo te saludo, María,
porque concebiste y diste a luz
un hijo, Jesús, la vida;
y nos enseñaste cuánta vida
hay que gestar y cuidar
si queremos hacer a Dios presente en esta tierra.

Yo te saludo, María,
porque te dejaste guiar por el Espíritu
y permaneciste a su sombra,
tanto en tormenta como en bonanza,
dejando a Dios ser Dios
y no renunciando a ser tú misma.

Yo te saludo, María,
porque abriste nuevos horizontes
a nuestras vidas;
fuiste a cuidar a tu prima,
compartiste la buena noticia,
y no te hiciste antojadiza.

Yo te saludo, María,
por ser alegre y agradecida
y reconocer que Dios nos mima,
aunque nuestra historia sea pequeña
y nos olvidemos de sus promesas.

Yo te saludo, María.
¡Hermana peregrina
de los pobres de Yahvé,
camina con nosotros,
llévanos junto a los otros
y mantén nuestra fe!


Florentino Ulibarri
    


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