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Nuestro maestro


"El Espíritu Santo será quien os vaya recordando todo lo que os he dicho" 
(Jn 14,26).    

Jesús revela que somos morada de Dios.
Cada persona, de la raza, cultura, religión que sea, es santuario de Dios.
Cada ser humano, también los más orillados, es lugar de Dios.
El Espíritu es nuestro maestro.

GUARDAR TU PALABRA
Guardar tu Palabra.
Porque te amo, porque me llamas, porque te importo, porque me das sentido.
Guardar tu Palabra.
Porque es valiosa, porque me alimenta, porque me consuela, porque me llena reta.
Guardar tu Palabra.

Dios quiere hacer morada en tu corazón.

Nos enseña a vivir la vida unidos a Jesús, en presencia del Padre, con un montón de hermanos en el corazón.

Amar a Dios.
Amar al prójimo.
Amarse uno mismo.
Amar a toda la creación.
Amar, amar, amar...

En eso consiste la felicidad.

Cuando amamos nos parecemos a Dios.
¡Señor, enséñame a amar como amas tú!
Sopla sobre mis brasas, Espíritu de amor, que no quiero que se me apague el amor en los adentros.   

Jesús mío, gracias por estar atento a mi vida.
Siento que en cada paso que doy, allí estás Tú, cercano, vivo y presente. 
Te doy gracias porque de cada situación difícil, Tú me muestras que allí hay presente una enseñanza que debo poner en práctica y que en todo momento debo guardar tu Palabra y ser fiel a ella.
Sé que contigo a mi lado puedo convertir todas esas adversidades en beneficio para mi propio crecimiento.
Tú jamás te apartarás de mi corazón, sino que más bien, me das las fuerzas para salir triunfante.
Quiero que el Padre y Tú, junto al Espíritu Santo, vengan y hagan morada en mí, para así tener un deseo más profundo de amarles, de estar unidos en comunión y hacer que la Palabra Revelada haga vida en el interior de mi alma. 
Vengan a sanar mi corazón de esos sentimientos que a veces no puedo controlar, ira, frustración, egoísmo, y de los cuales me hacen perder el equilibro de amor.
Te amo Señor, te amor Padre, Te amo Espíritu Santo.
Les confío mi vida y todas mis acciones.
Amén.


Espíritu de Dios…

Enséñame la humildad y la sencillez
de vivir contento con lo que tengo,
de no querer más, de no esperar más.

Enséñame que solo se vive en cristiano
cuando se tiende la mano al que sufre,
se busca sin fin al perdido y se abre la casa al de fuera.

Enséñame esa ley misteriosa de la vida
de que abrazar lo nuevo exige soltar lo gastado
Y el sonido diferente de la vida solo lo enseña el silencio.

Recuérdame que Dios me quiere
sin límite, sin medida, sin fecha de caducidad.
y que sus abrazos, duran siempre, al menos, tres minutos.

Recuérdame, una y otra vez, que todos somos hermanos,
que no hay extranjero ni asesino
que quede fuera de mi fraternidad.

Recuérdame, en fin, que el paso del tiempo
no gasta las cosas ni mata los sueños
que tienen aroma de eternidad.


Severino Lázaro, sj




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