Una señal del cielo.



“¿Por qué esta generación reclama un signo?” 
(Mc 8, 11-13).  

Cuántos sueños frustrados cual cristal que se rompe.
Cuánto lamento, cansancio, impotencia y rabia que apenas se esconden.
Y todo por la dureza de un corazón malintencionado y arrogante, desconfiado y desafiante.

Los fariseos piden a Jesús una señal espectacular, esperan a un Mesías con poder y no creen en Jesús, que lleva una vida sencilla y camina al lado de la gente.
A quien no quiere creer, ninguna razón le vale.
Por eso no habrá señal.

El único signo que podemos esperar son las pruebas a las que nos somete la vida cada día.
Una fe confiada en el Misterio de un amor entregado.
Una fe que mantiene la alegría en medio del árido y rudo desierto.
Y ahí, siempre, estás Tú.

Nos queda el aliento, la luz, la palabra, el silencio, la espera, el canto, el llanto, el gesto, el corazón, el cuerpo, el servicio, la vida, la fe.
Y Tú, Jesús, siempre ahí, discreto, amante, provocador, eterno.

Los pobres nos evangelizan con su pobreza y su esperanza en el Reino.
Hay que mirarlos y escucharlos.  

Para el que tiene ojos de fe:
Nosotros mismos somos un milagro de Dios.
Vivimos rodeados de milagros.
Y sin embargo, también nosotros seguimos pidiéndole a Dios milagros, señales.
Quienes somos incapaces de ver la infinidad de milagros que se dan cada día, nos pasamos la vida pidiendo milagros.
Que Jesús no nos diga a nosotros lo que a aquellos fariseos, casi con rabia e indignación:
“Os aseguro que no se le dará un signo a esta generación”.
A lo que me gustaría añadir: “hasta que sea capaz de ver los signos que les regalo cada día”.

Abro mis oídos para escuchar las señales sencillas con las que me hablas cada día.
También yo quiero hablarte con palabras sencillas, sin palabras, incluso.  


Bajo las olas agitadas del odio,
¡cuánta bondad, Señor,
y cuánto amor hay en nuestro mundo!

El bien queda oculto
a las miradas superficiales
y sólo se descubre
con los ojos del corazón.

Hay que sanar el corazón
para poder contemplar las maravillas del Espíritu.

Sorprender al pobre que da a otro pobre
la moneda que él necesitaba para vivir;
encontrar a la mujer que ya ha perdonado
a quien acaba de asesinar a su hijo;
conocer al apóstol
que deja a su padre y a su madre,
que abandona su casa, su lengua, su cultura, su país
y marcha para siempre
a anunciar la Buena Nueva a los pobres.

Señor, ilumina los ojos de nuestro espíritu,
descúbrenos las maravillas que realizas
continuamente en nosotros
y enséñanos a cantar el magnificat
de acción de gracias
para alabanza de tu gloria.
Amén.


Ángel Sanz Arribas, cmf.

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