La salvación ha entrado en mi casa


«Mira, Señor, la mitad de mis bienes
se la doy a los pobres;
y si he defraudado a alguno,
le restituyo cuatro veces más»
(Lc 19, 1-10)
Zaqueo no debía estar muy contento consigo mismo, pero no sabía cómo cambiar de vida.
El encuentro con Jesús no fue fortuito.
Zaqueo venció todo respeto humano y Jesús de nuevo supo parar y mirar con amor.
Cuando nos sentimos queridos y valorados somos capaces de cualquier cambio.
A base de reprensiones nadie cambia de actitud.

- Señor, sé que hoy la salvación ha entrado en mi casa.
Quería conocerte, Señor.
He aquí el origen de esta historia
evangélica y llena de vida,
sorprendente y rupturista,
tan cercana y cautivadora,
pues habla de alguien como nosotros,
con manos sucias y corazón egoísta.

Como otras muchas personas,
Zaqueo quería conocerte, Señor;
quizá por simple curiosidad
o tal vez por necesidad,
quizá porque tu nombre sonaba ya
o por un íntimo anhelo que le quemaba,
quizá porque ya tenía sed de justicia.

Y aunque lo intentaba, no lo conseguía
porque eras pequeño de estatura
y la muchedumbre se lo impedía;
o tal vez porque era como era
en su vida, por dentro y por fuera,
o porque estaba mirando a otras riquezas...
¡Quizá porque pisaba tierra insegura!

Pero Tú, Señor, dinamizas la historia
y a su protagonista, que andaba cerca.
Desde la plaza pública alzas la vista
y tus ojos, que hipnotizan,
se cruzan con los de quien está en la higuera
mirándose, con pena, por dentro
y mirando fijo a la tierra.

Tu voz, que resuena amiga,
saca a Zaqueo de su ceguera
-dudas, temores y culpas-
aunque a otras personas escandaliza.
Hay encuentro, diálogo y mesa,
y en su propia casa, cueva de estafas,
se enamora y te lo dice a su manera.

Así surge un nuevo horizonte,
para él y para todos los que te buscan
por los caminos de la historia,
porque la salvación llega generosa,
cura nuestros fallos y heridas,
y nos llena de gozo y vida.
¡Otra vez tu presencia nos desconcierta!

Florentino Ulibarri.

Hoy celebramos la Presentación de María, es decir, el ofrecimiento hecho por sus padres a Dios del gran don recibido en Ella.
Y vaya si María lo hizo fructificar en su vida. 
Con agradecimiento (recordemos el Magnificat) y con confianza (aunque no entendía, “conservaba estas cosas en su corazón”). 
Es, una vez más, una buena referencia para nosotros.
María es la primera discípula de su Hijo Jesús porque acoge la Palabra en su corazón con un sí total y confiado a la voluntad de Dios.  
Hágase.
Y la Palabra se hizo carne en la tierra de María.
Hágase. Y la Palabra comenzó a amasarse en el corazón de María.
Gracias, María, por tu fe confiada hecha amor sin medida. 
Dulcísima Niña María, radiante Aurora del Astro Rey, Jesús, escogida por Dios desde la eternidad para ser la Reina de los cielos, el consuelo de la tierra, la alegría de los ángeles, el templo y sagrario de la adorable Trinidad, la Madre de un Dios humanado.
Me tienes a tus plantas, oh infantil Princesa, contemplando los encantos de tu santa infancia.
En tu rostro bellísimo se refleja la sonrisa de la Divina Bondad, tus dulces labios se entreabren para decirme: “Confianza, paz y amor…”
¿Cómo no amarte, María, luz y consuelo de mi alma…, ya que te complaces en verte obsequiada y honrada en tu preciosa imagen de Reina parvulita?
Yo me consagro a tu servicio con todo mi corazón.
Te entrego, amable Reina, mi persona, mis intereses temporales y eternos.
Bendíceme Niña Inmaculada, bendice también y protege a todos los seres queridos de mi familia.
Se tu, Infantil Soberana, la alegría, la dulce Reina de mi hogar, a fin de que por tu intercesión y tus encantos reine e impere en mi corazón y en todos los que amo, el dulcísimo Corazón de Jesús Sacramentado.
Amén.




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