Sentirnos dependientes de Dios.




“Si vosotros, que sois malos, 
sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, 
¿cuánto más vuestro Padre del cielo 
dará cosas buenas a los que le piden?”
 (Mt 7,11)   

La Cuaresma es el tiempo:
De pedir.
De buscar.
De llamar.
De amar.

El místico Angelo Silesio afirma:
«A Dios que es grande le gusta dar dones grandes, somos nosotros los que tenemos el corazón demasiado pequeño para recibirles».

La humildad es la verdad y todos sentimos que nos faltan cosas espirituales y materiales. 
Ocultamos nuestras carencias a los demás, pero ante Dios tenemos plena libertad.
Es la humillación de la que habla María en el Magníficat: 
sentirnos dependientes de Dios.

Aprender a tocar el corazón de Dios con la oración

. Señor, no abandones la obra de tus manos.
La vida es un prodigio.
A pesar de todo, la vida deja entrever la ternura y se asoma en la bondad.
Hasta una gota de agua sucia puede reflejar la luna.
Sorpréndete de que Dios ame tanto tu vida.
Solo espera que abras las manos para darte hasta lo que no pides.
Confía en Él.  

Confiamos en ti, Padre.
Confiamos en tu bondad sin límites.
Danos a Jesús.
Danos el Espíritu. 

La generosidad se practica con quien la necesita. 
Tú la recibes del Padre. 
¿Y los demás, la reciben de ti?  

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