"Ahí tienes a tu madre" (Jn 19,27)
La celebración de hoy
habla de María —figura y representante de la Iglesia— estrechamente unida al
sufrimiento de Cristo.
Y especialmente a su
misión salvadora.
Por eso María acoge como
hijos e hijas a todos los discípulos a quien Jesús tanto quiere, representados
en el que estaba junto a la cruz.
Y los discípulos acogemos
como Madre a María y la Iglesia.
Para que podamos aprender
a vivir como Jesús y a continuar su obra salvadora.
- Gracias, Señor Jesús,
por la Madre-María y la Madre-Iglesia que nos acogen, educan y ayudan a
conocerte y seguirte con fidelidad.
María ha sido fiel a Jesús
hasta el final.
Ha dicho sí cuando todo sonría y ha dicho sí cuando todo era oscuridad.
Su sí ha abierto en el mundo caminos de fecundidad y de esperanza.
Cada vez que dices sí a Jesús, también en las dificultades,
Ha dicho sí cuando todo sonría y ha dicho sí cuando todo era oscuridad.
Su sí ha abierto en el mundo caminos de fecundidad y de esperanza.
Cada vez que dices sí a Jesús, también en las dificultades,
se ensancha el espacio de
tu tienda y Dios te da nuevos hermanos y hermanas a tu cargo, para que los
cuides.
Cuando miro mi corazón veo tu luz, María.
Cuando miro mi corazón, me encuentro con muchos nombres.
Cuando miro mi corazón veo tu luz, María.
Cuando miro mi corazón, me encuentro con muchos nombres.
Gracias por tanta
fecundidad, Señor.
Estar junto a Jesús y dejarse contemplar por Él.
Dejar que Él penetre hasta lo más
íntimo de nosotros.
Él descubre nuestras alegrías y tristezas; Él conoce de nuestra soledad
y de nuestras esperanzas; ante Él nada puede ocultarse, pues penetra hasta la
división entre alma y espíritu.
María, entregada por Jesús al discípulo amado; y el discípulo amado que
acoge en su casa a María, se convierten para nosotros en la encomienda que el
Señor quiere hacernos a quienes hemos de convertirnos en sus discípulos amados:
Acoger a su Iglesia en nuestra casa, en nuestra familia, para que se
convierta en una comunidad de fe, en un signo creíble del amor de Dios, en una
comunidad que camine con una esperanza renovada.
Ciertamente la cruz, consecuencia de nuestro servicio en favor del
Evangelio, a veces nos llena de dolor, angustia, persecución y muerte.
Mientras no perdamos nuestra comunión con la Iglesia, podremos caminar
con firmeza y permanecer fieles al Señor.
María, acogida en nuestro corazón, impulsará con su maternal intercesión
nuestro testimonio de fe; pero nos quiere no en una relación personalista con
ella y con Cristo, sino en una relación vivida en la comunión fraterna, capaz
de ser luz puesta sobre el candelero para iluminar a todos, y no luz oculta
cobardemente debajo de una olla opaca, viviendo en oración pero sin
trascendencia hacia la vida.
Así la fe no tiene sentido vivirse.
Si Cristo, si María, si la Iglesia están en nosotros, vivamos como
testigos que den su vida para que todos disfruten de la Vida, de la salvación
que Dios nos ha dado en Cristo Jesús, su Hijo.
Jesús nos ha reunido en torno a Él para que, juntos, celebremos su
Misterio Pascual. Nosotros, como el siervo dispuesto a hacer la voluntad de su
amor, estamos de pié ante Él para escuchar su Palabra y ponerla en práctica.
Nuestra actitud no es la de quedarnos sentados, como discípulos
inútiles.
Su Palabra, pronunciada sobre nosotros, nos invita a saber acoger a
nuestro prójimo no sólo para hablarle del Reino de Dios, sino para hacérselo
entender, para hacérselo cercano desde un corazón que se convierte en
acompañamiento del Dios-con-nosotros, que camina con nosotros desde la
Comunidad de creyentes en Cristo.
El trabajo por el Reino de Dios no se llevará adelante conforme a
nuestras imaginaciones, sino conforme a las enseñanzas y al ejemplo que Cristo
nos ha dado.
Por eso, hemos de estar dispuestos a acoger en nuestro corazón a nuestro
prójimo y a velar por él y a no abandonarlo ni a pasar de largo ante su dolor,
ante su sufrimiento, ante las injusticias que padece.
Muchas veces contemplamos al pie de la cruz de Cristo a las mujeres
abandonadas, injustamente tratadas, viudas o marginadas; vemos a muchos pobres
fabricados por sistemas económicos injustos; vemos enviciados y envilecidos por
mentes corruptas y ansiosas de dinero sin importarles la dignidad de sus
semejantes.
¿Seremos capaces de acoger a toda esta gente para manifestarles, de un
modo concreto, realista, que el Señor los sigue amando por medio nuestro?
Cristo nos ha confiado el cuidado de los demás para fortalecerlos, para
ayudarlos a vivir con mayor dignidad, para proclamarles el Nombre del Señor.
¿Aceptaremos y cumpliremos con esta responsabilidad que el Señor ha querido
confiarnos?
Pidamos al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de estar dispuestos, dispuestos a caminar en
una fe de generosidad, de gran capacidad de acoger a los que sufren, a los
pecadores, a los que han sido marginados, para que, disfrutando del amor que Dios
quiere que todos poseamos, algún día seamos acogidos eternamente en la Casa del
Padre Dios. Amén.
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