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El Señor se compadece




“Levántate y ponte ahí en medio” (Lc 6,8)
“Un sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar”. 
¡Qué suerte poder escuchar la enseñanza de labios de Jesús!
Sin embargo, estos hombres no son capaces de apreciar su suerte.
El Señor se encuentra un auditorio poco receptivo “estaban al acecho para ver si curaba en sábado y encontrar de qué acusarlo”, nos dice el texto evangélico.
Nuevo enfrentamiento con fariseos y escribas a causa de sábado.
Ahora dentro de la sinagoga, donde la comunidad acoge la Palabra.
También nosotros tenemos que dejarnos enseñar por Cristo en el Evangelio, esto  implica la docilidad para no defendernos, de alguna manera, de cuanto nos dice.
Porque podría pasarnos lo mismo que a quienes le escuchan en el Evangelio de hoy.
Vale la pena preguntarnos, ante las enseñanzas del Señor de quien me fío más: de Él o de mis gustos, de Él o de mis sentimientos y deseos,…

Que como María 
nos fiemos completamente 
de la Palabra de su Hijo.

Gestos significativos de Jesús: pide al hombre de la mano paralizada que salga de la marginación, que se levante y venga al centro de la comunidad.
La recuperación del movimiento obedeciendo a la palabra de Jesús sella el cambio.
Entretanto él ha interrogado a escribas y fariseos de palabra y con la mirada, sin conseguir abrirles el corazón.

- Que en el centro de nuestras comunidades 
siempre estén los que más sufren.

La Iglesia celebra hoy a Santa Teresa de Calcuta, canonizada ayer en Roma, y a la que más de una vez hemos visto cargar sobre sus débiles hombres, a los pobres ancianos tirados en la calle y llevarlos a su casa.
Imitemos a la Madre Teresa que ha hecho de las obras de misericordia la guía de su vida y el camino a la santidad.
Llevemos en el corazón la sonrisa de Madre Teresa y entreguémosla a todos los que encontremos en nuestro camino

Para Jesús la persona siempre ocupa el puesto principal.
Ninguna circunstancia, enfermedad, condición, raza, religión, pueden anular este proyecto de Dios. 
Mira a los más pequeños, a los que menos cuentan, a los que están más orillados.
Levántalos con tu respeto, con tu valoración profunda.  

Tú, Señor, me sacas del anonimato.
Me pones junto a ti.
A tus ojos siempre valgo.

Señor: somos muchos los que sufrimos parálisis.
Señor: somos muchos los que sufrimos parálisis en nuestras mentes, que nos impiden ver tus nuevas presencias en la historia.
Señor: somos muchos los que sufrimos parálisis en nuestros corazones, incapaces de amar.
Señor: somos muchos los que sufrimos parálisis en nuestras lenguas, incapaces de anunciarte a los hombres.
Señor: somos muchos los que sufrimos parálisis en nuestras manos, incapaces de alargarse a los que nos necesitan.
Señor: somos muchos los que sufrimos parálisis en nuestros pies, incapaces de ir a buscar al hermano perdido o a anunciarle tu Evangelio.
Señor: ¿no podías sanar hoy todas estas nuestras parálisis?

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