"La semilla es la Palabra de Dios"
(Lc 8,11)
La parábola fue pronunciada para "una gran
muchedumbre".
Un grupo menor se fijó en el grito de atención de Jesús:
teñían ganas de "ver" y "oír".
Este deseo es ya un don de
Dios, acogido por los que tienen "un corazón noble y generoso".
Por
eso se acercan a Jesús pidiéndole que les ayude a captar profundamente el
mensaje del Reino.
Para que la palabra dé fruto, además de retenerla en un
corazón bueno, hay que ser perseverante.
- Gracias, Señor, por confiarnos tu palabra.
- Gracias, Señor, por confiarnos tu palabra.
Danos el deseo de vivirla,
venciendo las dificultades de cada día.
Dios habla.
Tiene ganas de decirse.
Busca corazones abiertos
donde depositar su semilla.
Haz silencio para escuchar.
Rumia la Palabra para
que te cale por dentro.
Mira a Jesús que te comunica la vida.
Guarda lo que te
dice Jesús en el corazón, como María.
Me descalzo para escuchar.
Te escucho para llenarme de
ti.
Te miro con amor.
Te llevo siempre conmigo.
Gracias, Jesús, por todo.
También el Sembrador sale hoy a sembrar, pero ¿soy yo tierra
buena en la que la semilla de la Palabra da sus frutos? ¿En qué aspectos he
sido un pedregal y me sigo resistiendo a comprometerme, a llevar una economía
más solidaria o a perdonar a esa persona que me hizo daño?
¿En qué aspectos
sigo sin quitar las zarzas que impiden que el Evangelio crezca en mi vida?
Recuerda que la tierra que acepta la semilla de la Palabra da siempre frutos.
Jesús me invita a sembrar con él.
El tiempo de sembrar es el
tiempo de la Iglesia, de la misión de todos los cristianos.
¿Soy consciente de
que en la educación de mis hijos, en mi trabajo, en mi compromiso parroquial,
en el trato con los vecinos debo sembrar la Palabra?
Señor, Jesús, Tú eres el sembrador.
y yo la tierra en la que esparces la semilla de tu Palabra.
Gracias, Señor, por “perder tu tiempo” conmigo;
gracias por darme la oportunidad de acoger tu semilla,
de ser feliz, dando fruto abundante.
No permitas que mi corazón se endurezca, como un camino,
No dejes que la vida me petrifique, Señor.
Que no me gane la partida la desconfianza y el escepticismo.
Señor, en ocasiones soy como terreno pedregoso,
Acojo con ilusión tu Palabra, pero no soy constante.
Me gusta probarlo todo, pero no doy la vida por nada.
Ayúdame a sacar las piedras de mi corazón,
para ser tierra buena, con hondura, que dé fruto.
Señor, te doy gracias, por ser tierra buena,
tierra que sería fecunda... si no estuviera llena de espinas.
Acojo la semilla de tu Palabra en un rincón del corazón,
pero a veces recibo y dedico más tiempo a otras plantas
que asfixian los brotes que nacen de tu semilla.
Señor, dame valor para renunciar a todo lo que me separe de Ti.
Señor, gracias por todas las personas que son buena tierra,
en las que tu palabra crece y fructifica, ahonda y se
multiplica.
Gracias por los santos, que producen el ciento por uno.
Gracias porque también yo, con tu ayuda, doy fruto
abundante,
frutos de ternura y solidaridad, de justicia y paz.
Señor, gracias por elegirme para ser sembrador.
Gracias por enseñarme que, a pesar de los obstáculos,
todas las semillas, tarde o temprano, producen su fruto.
Ayúdame a sembrar con una mano y ayudar, con la otra,
a que las tierras se conviertan en fecundas.
Dame generosidad para ser como el grano de trigo,
dispuesto a enterrarse y a morir
para que la tierra del mundo dé los mejores frutos.
Amén.
Comentarios
Publicar un comentario