"Habrá alegría en el cielo
por un solo pecador
que se convierta"
(Lc 15,7)
Dios
es el buen pastor que sale a buscar la oveja perdida, es la mujer que no
descansa hasta que haya la moneda perdida, es el Padre que acoge siempre al
hijo que vuelve.
¿Cuál
es tu experiencia?
¿Cómo
te ha buscado el Señor cuando te has perdido?
¿Has
sentido la alegría del Señor cuando te ha recobrado?
¿Qué
te dice Dios? ¿Qué le dices?
El hijo pequeño se
aleja del Padre y pierde su vida. Llega a envidiar a los cerdos que se hartaban
de bellotas...
Y vuelve al Padre.
Lejos del Padre no se
puede ser feliz, no puedes vivir como hijo
¿Dónde buscas tu
felicidad?
¿Qué te dice Dios? ¿Qué
le dices?
El hijo mayor no se
separa del Padre.
Trabaja en sus campos,
duerme en la misma casa, come en su misma mesa, pero su corazón está muy muy lejos
del Padre.
Ser hijo se había convertido
para él en un castigo.
Cuando rezamos, cuando
vamos a la Eucaristía, cuando cumplimos nuestros compromisos, ¿dónde está
nuestro corazón?
¿Cómo vivimos nuestra
fe, con la alegría de sentirnos amados por Dios o como si fuera una carga
pesada?
Señor, a veces me parezco al hijo pequeño de la
parábola: soy exigente y egoísta, no encuentro la felicidad en la sencillez de
la oración y el trabajo de cada día, en el cariño de la familia y amigos. Y me
alejo.
En otros momentos soy como el hijo mayor: orgulloso y
envidioso.
Me creo mejor que los demás y mejor que Dios. Pierdo
la capacidad de alegrarme con el éxito de los hermanos.
Soy hijo, pero me siento esclavo.
Señor, gracias, porque me buscas siempre, porque me
ayudas a sentirme hijo tuyo y hermano de cuantos me rodean.
Gracias, porque en la Comunión contigo, me enseñas y
das fuerza para perdonar, como tú me perdonas.
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