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Dichosos





Dichosos los pobres, 
porque vuestro 
es el Reino de Dios” 
(Lc 6,20)
El evangelio empieza fijándose en la mirada de Jesús.
Mirada que habla.
Y enseguida hace una proclamación de felicidad para los pobres, que son los mismos que sufren, pasan hambre y la gente se los quita de encima.
Son felices porque Dios les regala el Reino.
Eso era cierto cuando Jesús les hablaba, y debe serlo por la acción de la Iglesia, continuadora de la misión de Jesús.
A Dios se le va el corazón hacia los pobres.
Se estremece por dentro cuando ve la debilidad.
La pobreza compra los ojos de Dios.
Si te encuentras con un pobre no mires hacia otro lado.
Comparte con él lo que tienes, acoge el tesoro que él te ofrece.

La dicha de mi pobreza es tu riqueza.
La dicha de mi nada eres Tú.
Mis ojos se alegran cuando veo que me miras. 

Quiero ir siempre contigo, Señor.
Señor Jesús,
enséñame a comprender tus bienaventuranzas.
Que no me deje llevar de los criterios de este mundo
sino que sepa mirar, hablar y actuar como Tú,
pidiendo cada día, de corazón, que venga a nosotros tu Reino.

Te pido  Madre del Cielo que me  alcance la gracia de entender y poder vivir según el estilo de la enseñanza de tu  Hijo.

Las bienaventuranzas son ideales de vida evangélica.
Las bienaventuranzas son mentalidades evangélicas.
Las bienaventuranzas son estilos de vivir a la luz del Evangelio.
Dichosos, dichosos, dichosos... felices, felices, felices...
Así nos quiere Dios.
Para eso nació, predicó, curó, sufrió y resucitó Jesús.
Para que tú seas feliz.
La felicidad no es sacar agua del pozo, sino ser manantial.
La felicidad no es calentarnos al fuego, sino ser fuego que calienta.
La felicidad no es escuchar música, sino ser música por dentro.
La felicidad no es creer en el Evangelio, sino sentir arder el Evangelio dentro.
Por eso, las bienaventuranzas, no son algo externo, sino actitudes que llenan nuestros corazones.
Lee despacio cada bienaventuranza. 
Piensa en Jesús o en María.
Las bienaventuranzas son el retrato de los dos.
Y deberían ser tu retrato.
Ya lo son un poquito, seguro.
Al leerlas y meditarlas ¿qué te dice Dios? ¿qué cambios alienta en tu vida?
Pide la fuerza del Espíritu para ser cada día más dichoso, más feliz,
siguiendo el camino de las bienaventuranzas.
Los ayes se dirigen a los que tienen el corazón duro ante el sufrimiento del mundo.
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!
Hasta de Jesús hablaban mal, siendo el hombre perfecto,
 el amor incansable, la ternura personificada.
¡Cuanta paz y tranquilidad nos tienen que dar estas palabras del Señor!
"Danos fuerza para hacer el bien, sin que nos importen las críticas"

- Señor Jesús, haz que, como tú, seamos buena noticia para los pobres.

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