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Esperando con ansia la venida del Señor.



“¡Que llega el esposo, salir a recibirlo!” (Mt 25,6)  

La parábola recuerda la ceremonia que precede a la fiesta de bodas: el novio va a buscar a la novia —acompañada por amigas con lámparas— para llevarla a su casa, lugar de la fiesta.
La llegada del esposo sugiere la venida de Cristo y la plenitud del reino.
Las vírgenes que esperan son la comunidad cristiana, donde hay un poco de todo.
El problema no es haberse dormido, sino no haber previsto aceite para toda la noche, y quedar excluidas de la fiesta.

- Gracias, Señor,
porque quieres llevarnos a tu fiesta.
Que no tengas que decirnos que no nos conoces.

Que Dios llega, llega.
Que no siempre nos enteramos, también es cierto.
Que no siempre estamos despiertos, también es cierto.
Que muchas veces estamos dormidos, también es cierto.
Que muchas veces estamos sin aceite en el alma, también es cierto.
Que no llega cuando a nosotros se nos antoja, también es verdad.
Que no llega cuando a nosotros nos conviene, también es cierto.
Que no llega cuando a nosotros nos interesa, también es cierto.
Dios es de los que llega siempre.
Pero no siempre estamos atentos para recibirle.
“Vino a los suyos y no le recibieron”.
“Vino a su casa y no la reconocieron”.

El Señor siempre llega.
Cumple su promesa.
Nosotros nos cansamos de esperarle.
Aun así, Él viene, viene, viene siempre.
¿Cómo recibes a Jesús?
¿Con rutina o con alegría?
¿Cómo recibes a los que viven contigo?
¿Con gozo o con indiferencia?
Hoy pido lámparas y aceite.
Y conocer el tiempo de Dios.
Y poder estar atento   

Entra en mi casa, Señor.
Entra en mi corazón.
Que lo mío sea tuyo y lo tuyo mío.
Gracias. Amén.

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