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Ser signos de salvación.




“Ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, 
y aquí hay uno que es más que Jonás” 
(Mt 12,41).  

Para quien no quiere creer, no hay signos convincentes que le abran el corazón.

Las palabras de Jesús apuntan a su resurrección, núcleo y fundamento de nuestra fe.

Cuando nos piden razón de ella, debemos ser capaces de decir que creemos en Jesús resucitado y vivo.

Y que eso se traduce en nuestra vida gozosa y esperanzada.

Las referencias a los de Nínive y a la reina del Sur dicen que a veces la fe nace donde no esperaríamos.

- Señor, haznos conscientes de que toda la Iglesia 
y cada uno de los creyentes 
tenemos la misión de ser signos de salvación.


A veces los que no creyentes son mejores que los que se precian de ser fieles a Dios.

No basta que el agua rodee la piedra, hace falta que penetre en su corazón para que sienta la humedad por dentro.

Intenta aprender de todos los que viven a tu alrededor, también de los que han abandonado la práctica religiosa. 


Todos son señales de tu amor, 
cuando miro la vida con ojos limpios.

Ninguna señal me basta, 
cuando tengo el corazón cerrado. 


No le pidamos señales a Dios.
Comencemos por ver las que él mismo nos pone en el camino.
No le pidamos señales a Dios para creer en él.
Pidámosle una fe capaz de ver sus señales.

No le pidamos razones a Dios para creer en él.
Más bien será El quien nos pide razones de la falta de nuestra fe.
No pidamos las razones que a nosotros nos conviene.
Aceptemos las razones que Él nos da: “amarnos hasta dar su vida por nosotros y resucitar por nosotros”.


Que la Virgen María, que ponía en práctica cuanto veía y escuchaba de su Hijo nos ayude a reconocer  los signos de Dios en nuestras vidas.

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