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Seguir al Señor.






  «¡Te seguiré adonde vayas!».
(Lc 9,57) 
 
Eso te he dicho una y mil veces, Señor,
pero tu llamada es clara y radical,
nos quieres contigo del todo;
nosotros estamos siempre ocupados
y ponemos disculpas para seguirte en serio.
Es que se me ha muerto alguien…
y tú nos preguntas a quién está pegado nuestro corazón,
porque seguirte es elegirte como única familia
y estar por encima de las penas y nostalgias,
de apegos y preferencias.
Tú eres el único, el motor de nuestra vida,
el norte de nuestra brújula,
el afecto central, por encima de los nuestros,
la única ocupación, para no vivir preocupados.
Tú nos quieres del todo… sin resquicios.
no te gustan las mediocridades ni las dudas.
O estamos contigo, o contra ti,
pero lo tibio lo expulsas de tu boca.
Y muchas veces nosotros somos mediocres,
seguidores tuyos, pero sin que se note,
pobres, pero con seguridades,
comprometidos, pero en el tiempo que nos sobra,
cristianos, pero sin que nos lleve mucho tiempo,
confiados en ti, pero hasta que nos llega algo fuerte
y entonces nos dejamos abatir por la pena,
sin abandonarnos en ti, como nos has enseñado.
Tenerte a ti es vivir la seguridad en el abandono,
es tenerlo todo, teniendo cada vez menos cosas,
es ser tuyo, siendo de todo el mundo a la vez,
es vivir sin preocupaciones, descansando en ti,
es ser libre porque se está fundido en ti, Señor.
Señor, te seguiré a donde quiera que vayas…

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