"Dentro
de pocos días celebraremos la Navidad, la fiesta de la venida de Dios que se
hizo niño y hermano nuestro para estar con nosotros y compartir nuestra
condición humana. Tenemos que alegrarnos por esta cercanía, por su presencia e
intentar comprender siempre que está realmente cerca y así, dejar que penetre
en nosotros, la realidad del la bondad de Dios, de la alegría de Cristo que
está entre nosotros. San Pablo dice con fuerza en una de sus cartas que nada
puede separarnos del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo. Solo el
pecado nos aleja de Él, pero éste es un factor de separación que nosotros
mismos introducimos en nuestra relación con el Señor. Sin embargo, incluso
cuando nos alejamos, Él no cesa de amarnos y sigue estando cerca de nosotros
con su misericordia, con su disponibilidad a perdonar y recogernos en su
amor".
Por eso
"no debemos angustiarnos nunca, siempre podemos exponer al Señor nuestras
peticiones, nuestras necesidades y preocupaciones 'con plegarias y oraciones'.
Y este es un gran motivo de alegría, saber que siempre es posible rezar al
Señor y que el Señor nos escucha, que Dios no es lejano, sino que nos escucha,
nos conoce y no rechaza nunca nuestras súplicas, aunque no responda
inmediatamente como desearíamos, pero responde".
Pero,
"la alegría que el Señor nos comunica debe encontrar en nosotros el amor
agradecido. Efectivamente, la alegría es plena cuando reconocemos su
misericordia, cuando prestamos atención a los signos de su bondad (…) Los que
acogen los dones de Dios de forma egoísta no encuentran la alegría verdadera;
en cambio, quien los utiliza para amarlo con gratitud sincera y para transmitir
su amor a los demás, tiene el corazón lleno realmente de alegría".
(Benedicto XVI)
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