Señora  Nuestra
y Madre de  todos los hombres y mujeres,
aquí estoy  como un hijo
que viene a  visitar a su Madre
y lo hace  en compañía
de una  multitud de hermanos y hermanas.
Como  Sucesor de Pedro,
al que se  le confió la misión
de  presidir el servicio
de la  caridad en la Iglesia de Cristo
y de  confirmar a todos en la fe
y en la  esperanza,
quiero  presentar a tu Corazón Inmaculado
las  alegrías y las esperanzas,
así como  los problemas y los sufrimientos
de cada  uno de estos hijos e hijas tuyos,
que se  encuentran en Cova de Iria
o que nos  acompañan desde la distancia.
Madre  amabilísima,
tú conoces  a cada uno por su nombre,
con su  rostro y con su historia,
y quieres a  todos
con amor  materno,
que fluye  del mismo corazón de Dios Amor.
Te confío a  todos y los consagro a ti,
María  Santísima,
Madre de  Dios y Madre nuestra.
El  Venerable Papa Juan Pablo II,
que te  visitó tres veces, aquí en Fátima,
y te  agradeció aquella “mano invisible”
que lo  libró de la muerte,
en el  atentado del trece de mayo,
en la  Plaza de San Pedro, hace casi treinta años,
quiso  ofrecer al Santuario de Fátima
la bala  que lo hirió gravemente
y que fue  colocada en tu corona de Reina de la Paz.
Nos  consuela profundamente
saber que  estás coronada
no sólo  con la plata
y el oro  de nuestras alegrías y esperanzas,
sino  también con la “bala”
de  nuestras preocupaciones y sufrimientos.
Te  agradezco, Madre querida,
las  oraciones y sacrificios
que los  Pastorcillos
de Fátima  realizaron por el Papa,
animados  por los sentimientos
que tú les  habías infundido en las apariciones.
Agradezco  igualmente a todos aquellos que,
cada día,
rezan por  el Sucesor de Pedro
y sus  intenciones,
para que  el Papa sea fuerte en la fe,
audaz en  la esperanza y ferviente en el amor.
 Madre  querida por todos nosotros,
te entrego  aquí en tu Santuario de Fátima,
la Rosa de  Oro
que he  traído desde Roma,
como  regalo de gratitud del Papa,
por las  maravillas que el Omnipotente
ha  realizado por tu mediación
en los  corazones de tantos peregrinos
que vienen  a esta tu casa materna.
Estoy  seguro de que los Pastorcillos de Fátima,
los Beatos  Francisco y Jacinta
y la  Sierva de Dios Lucía de Jesús,

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