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Las manos que trabajan

Las manos que trabajan
Fragmento de la obra El andarín en su órbita de Juan Ramón Jiménez dedicado al mundo del trabajo y la realización del hombre a través de él.

«La mano. ¡Qué gran elemento de cultivo la mano del hombre! Ya he hablado de la mano del hombre muchas veces. Es una obsesión favorita mía. ¡Qué esquisito ver, éste de la relación entre la mano y el cerebro! La mano que obedece las leyes del cerebro con tal ajilidad, soltura y exactitud, esta armonía de pensamiento y acto en mano y cerebro. «El artista, el científico, el escritor, ¿no son trabajadores manuales? La letra de un escritor que en realidad es la forma de su idea o de su sentimiento, digo su logro, ya que nunca se realiza mejor un poema que poniéndose a escribirlo, porque en el aire no se concierta nada ¿no es un producto manual? Pues ¿y los dedos de un pintor, de un escultor, de un pianista, de un director de orquesta, de un cirujano, de un médico que percute un pecho, un intestino; de un astrónomo en su telescopio, de un químico en su microscopio, de un injertador, de un carpintero. Una mecanógrafa ¿no puede realizar con sus dedos alga tan pulcro, tan exacto, tan bello como un pianista en una sonata? «Es necesario que nos acostumbremos a ser, considerarnos todos obreros manuales de otros o de nosotros mismos y a considerar lo que sale de las manos, en gran parte por las manos como un arte superior. Por este cultivo, esta cultura, nos hermanaríamos mejor que por ningún otro medio de simpatía. Yo detesto coda día más esas manos intactas como plantas inútiles con flor de dedos y me acerco más a quienes tienen manos trabajadas. Todos los hombres que trabajamos, digo todos los hombres, pues el hombre que no trabaja con su cabeza y sus manos, en proporción mayor y menor de acuerdo y condición ¡no es un hombre! Ni es una mujer la que sólo utilice sus manos para pintarse sus uñas, encremarse la carne, destruir o acariciar. No es bastante eso para ser mujer. Todo eso lo hace mejor un mono o una gata. «Qué cosa tan profunda se dice cuando se dice "mano de obra", la "mano de obra" de un trabajador. Por la mano de obra, tanto. Y ¿cómo se paga una buena mano de obra? Todo buen "maneador de obra", congratúlense los que se disculpan de no ser "¿intelectuales?", es un gran intelectual. «¡Y qué palabras tan bellas "manejador", "manijero"...! Y qué palabra tan fea "manoseador", el que emplea las manos en no llegar a nada, en gastar, en destruir cualquier cosa. «¡Qué encantadora armonía el uso de las manos de la niñera de un niño, el alzarlo, el mecerlo, el vestirlo, el lavarlo, el entretenerlo con jestos relacionados con la fantasía. Qué delicia ver las manes de Toscanini dirijiendo y qué encanto no habrá sido el ver modelando las manos de Miguel Angel (...). «Si yo consiguiera, en está reflexión, ayudar a los que no se hubiesen dada cuenta nunca de este tesoro de sus manos, de esa felicidad de tener unas manos obedientes a su espíritu para cualquier cosa, me quedaría contento, orgulloso como debiera estarlo, si es necesario, el buem empleador de ellas. Sería feliz como él. «Aplaudir con sinceridad, con gozo, con alegría también puede ser un buen empleo de las manos, sobre todo si se goza lo que se aplaude. Cerrar la mano nunca es bello, los dedos cerrados están muertos y por algo los árabes condenan a un ladrón a cerrarle las manos y enyesarlas para que las uñas le taladren las palmas. Cerrar las manes es propio del avaro de todas las cosas, de dinero, de afecto, de caricia, de ilusión. Un puño es la expresión más mala de una mano y si ese puño se enarbola, es el jesto más bajo del hombre»

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