Hasta dónde llega el amor de Dios
“Te aseguro que no cantará el gallo
antes que me hayas
negado tres veces”
(Jn 13,38).
Jesús sabe que lo van a entregar y a negar los amigos; antes
se sienta con ellos a la mesa, parte para ellos el pan y derrocha su amor sin
medida en la cena.
Jesús y los discípulos están en la mesa, signo de
fraternidad.
No todo es positivo.
Se anuncia la traición de Judas que, por decisión propia,
abandona a la comunidad de discípulos y a Aquel que es la luz para adentrarse
en la noche.
Pedro, muy valiente de palabra, es advertido de que, a la
hora de la verdad, no irá lejos como discípulo.
Pero entre tantas flaquezas, Jesús dará a conocer hasta
dónde llega el amor de Dios.
«Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia».
La traición de Judas y la negación de Pedro, dos testigos
del reino anunciado en las aldeas de Galilea, parecen llevar al fracaso toda la
entrega de Jesús.
Sin embargo, el Plan del Padre, aceptado por Jesús, llegará
a su plenitud en el amor entregado libremente, que da la vida y capacita al ser
humano para amar sin límites.
El grano de trigo, sembrado en la tierra, dará fruto
abundante.
“Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar… Aquel a
quien yo le dé este trozo de pan untado… Lo que tienes que hacer hazlo
enseguida… Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en
él” (Jn 13, 21.26.27.31).
Jesús revela, en los gestos de la última cena, la calidad de
su amor.
El amor de Jesús es un amor que: respeta la libertad del
discípulo que va a entregarle, no lo delata delante de sus compañeros; ofrece
amistad y libertad en el pan roto y entregado; regala vida, verdad, relación
humana, filiación divina; es más fuerte que el odio mortal de sus enemigos
“Mi boca contará
tu auxilio, y todo el día tu
salvación. Dios mío, me instruiste desde
mi juventud, y hasta hoy relato tus
maravillas” (Salmo 70,15.17)
Oración:
Tu entrega, Señor, me
sobrecoge.
Tu amor hasta el final
deja al descubierto mi pecado.
Hoy quiero acoger tu
amor, agradecer tu vida, comprometerme
contigo en el camino.
Asegúrame, Señor, tu
presencia, y con mi vida te diré que te
amo.
Regálame la certeza de
tu presencia, Señor, y mis labios dirán que te amo.
No permitas, Señor,
que caigamos en la tentación, ni que nos separemos de la Luz
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