¿Cuánto vale una vida?
“¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?”
(Mt 26,14).
Llama la atención el amor a la verdad que vemos en los
evangelios, incluso en un punto tan sensible para la comunidad apostólica como
la traición.
No se callan que Judas era «uno de los doce», escogido
personalmente por Jesús, de quien había recibido amistad y confianza.
Y
todo ello ocurre mientras preparan y celebran la cena pascual, memorial del
amor libertador de Dios (y, para nosotros, de la muerte y resurrección de
Jesús).
Él sigue confiando en la Iglesia y en la humanidad a pesar de
nuestro pecado.
Llega la hora negra de la traición y de la venta del
inocente. ¿Cuánto vale una vida?
¿Cuántas personas privadas de la libertad,
mercantilizadas, reducidas a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o
la constricción física o psicológica?
Dios nos pedirá a cada uno de nosotros:
¿Qué has hecho con tu hermano?
La celebración de la Pascua Judía se aproxima.
Los
discípulos se juntan, preguntan, preparan la cena, esperan...
Judas, que
ya ha negociado la venta del Amigo, acecha ahora la coyuntura propicia para
consumar su acción.
“Mi momento está cerca;
deseo celebrar la Pascua en tu
casa con mis discípulos”
(Mt 26, 19).
Jesús se pone a la mesa, anuncia una traición.
La crisis se
palpa en el ambiente; es noche oscura.
Sería el momento de huir, de darse media
vuelta.
Pero Jesús vence la crisis en una cena, donde parte y reparte el pan
con los que siempre serán sus amigos.
El vino nuevo, guardado en los
odres nuevos del reino, se entrega para liberar de toda esclavitud al ser
humano.
La Nueva Alianza, como un arco iris, se abre paso en medio de la noche.
“Alabaré el nombre de Dios con cantos, proclamaré su grandeza con acción de
gracias.
Miradlo, los humildes, y
alegraos, buscad al Señor, y revivirá
vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos” (Salmo 68,
33-34).
Oración:
Con todos los pueblos de la tierra cruzamos el mar
Rojo, dejamos atrás al enemigo.
Tu Pascua nos sostiene,
nos alegra en medio de las pruebas.
Y si caemos, de nuevo nos das la mano.
Eres único, Señor, Amigo verdadero.
¡Juntos andemos, Señor!
Sé, Señor, que si yo te entrego mi vida, tú me darás la
tuya por entero.
Ayúdame a pasar de la indiferencia a la solidaridad y
fraternidad.
- Danos, Señor, como al profeta, un corazón de
discípulos para escuchar cada día tu palabra.
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