Para quien busca la vida eterna, dos objetivos se convierten en esenciales: el amor a Dios con todas las capacidades, y el amor al prójimo como a uno mismo. Con ser esenciales, muchos los desconocen o los desprecian, despreciando la meta que, por ellos se consigue. Sorprendente
«¿Y quién es mi prójimo?» Detrás de esa pregunta lo que aparece es la preocupación por cuántas vidas tengo que asumir, cuidar y responsabilizarme. Prójimo en la cultura judía eran los compatriotas y los que profesan mi misma religión. Preguntar a Jesús por a cuántos tengo que amar, cuidar, acompañar, es la invitación a que nos abra su corazón y la respuesta será: "A todos". Para nosotros es imposible, que tenemos un corazón anémico de amor. Pero Dios nos capacita para cuidar a los que tengo cerca.
El prójimo no es una teoría, una doctrina ni una norma. Es la persona necesitada que tenemos próxima. Ante los momentos de dolor y sufrimiento de otros, podemos ver y dar un rodeo, o implicarnos como el samaritano (Cristo). Ser cercanía o exclusión.
Portarnos como prójimo es dejar atrás la indiferencia ante lo que le sucede al otro. Somos prójimo si miramos al otro con compasión, me pongo en su lugar y le ayudo, curo, pongo lo que tengo y soy a su servicio. Al ser prójimo mi vida cambia, mi viaje se transforma. El prójimo no sólo es el otro si está cerca, fundamentalmente soy yo si no paso de largo y tengo compasión y misericordia de él.
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