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Una palabra

 


“En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe”
 
(Mt 8,5-11).

El Adviento que empezamos es un grito, una oración y una espera. Los profetas mantendrán viva la esperanza en los cielos nuevos y en la tierra nueva, todo será transformado por la gracia hasta el punto que los instrumentos de guerra se convertirán en mensajeros de la paz. (Is 2, 1-5).

Adviento

De las espadas se harán arados
y de las lanzas, podaderas.
Las palabras serán puentes
con los que se salven abismos.
Las memorias difíciles
nos harán más sabios.
Las vivencias felices, más humanos.  

Las preguntas avivarán la imaginación
y las respuestas alumbrarán nuevas búsquedas.
Los enemigos se sentarán, sin rencor,
en una misma mesa,
y desenterrarán motivos para el encuentro.
Se alzará el que se encoge asustado,
y el sobrado bajará de su peana.
El caprichoso abandonará la edad del “quiero”
para adentrarse en la tierra de la gratitud y el asombro.  

Losas de culpa y remordimiento
estallarán en mil pedazos
cuando la misericordia pose su mano
sobre el corazón de piedra.  

El futuro ya está aquí,
donde la espera es activa
y nos lleva a desenterrar
el evangelio escondido.  
 

(José María R. Olaizola, sj)


 El Adviento va de acercarse a Jesús como el centurión.

“Voy yo a curarlo”.  
Y yo, ¿acojo con confianza a Jesús, que viene a curarnos? 
Al tocar la luz del día mis ojos, Señor, 
mi corazón se levanta hacia Ti en busca de tu mirada. 
Tú que eres mi Dios, en quien yo confío, 
alienta mi vida que busca en Ti luz y calor.

El centurión no se sitúa ante Jesús desde su posición de poder. Subordina su autoridad a la de Jesús. La Palabra de Jesús somete todo, la suya solo a sus soldados. Una Palabra que sana sólo con pronunciarla. Un centurión que sorprende por una fe llena de abandono.

"No soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano." Lo repetimos en cada misa, no somos dignos nadie, del amor de Jesús. No es mérito. Lo hace desde la gratuidad. Y nos invita a vivir en ese mismo amor. A Jesús le conmueve la forma como el centurión pide por su criado. Nosotros también tendríamos que amarnos sin descartar a nadie. Nadie es más o menos digno de recibir nuestro amor. Que cada persona que se cruce en nuestras vidas se lleve lo mejor de nosotros.


“En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe”
la fe no es cuestión de razas ni culturas sino de vida de confianza en él. La fe no es pertenecer a un grupo cultural o religioso sino la adhesión del corazón a Jesús. Es creer que sus palabras cambian la vida y el mundo. En este tiempo debemos crecer en sentirnos a su lado y hacer de la vida un lugar de sinceridad y un testimonio veraz.

Jesús no viene para un grupo selecto, tampoco para una nación elegida. Su acción salvífica alcanza a la humanidad entera. Por eso, vendrán de oriente y de occidente al reino de los cielos. Sólo quienes dividen, levantan muros, son excluyentes se alejan del amor universal de Dios.


 

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