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Me dijiste ¡ven!, y lo dejé todo



“Ellos... inmediatamente dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron”.
(Mt 4, 18-22)

El Adviento es un llamamiento incesante a la esperanza: nos recuerda que Dios está presente en la historia para conducirla a su fin último y a su plenitud, que es el Señor Jesucristo.
Jesús nos llama a seguir un camino de búsqueda. Llama a estar vigilantes, a salir de aquello que nos tiene adormilados. Te llama a vivir un tiempo de esperanza, el adviento.
Los cristianos rezan en Adviento diciendo: "Ven, Señor Jesús". Y Jesús, que ya está aquí, pues vino y se quedó, también nos pide a ti y a mí, desde Él, y desde el pobre y el excluido con quienes se identifica: "Ven a mí". "Venid a mí todos los cansados". Vayamos, pues, con Él.
Rezar y amar, he aquí la vigilancia. Cuando la Iglesia adora a Dios y sirve al prójimo, no vive en la noche. Aunque esté cansada y abatida, camina hacia el Señor. Invoquémoslo: Ven, Señor Jesús, te necesitamos
Desde que recibimos el bautismo somos llamados a ser discípulos de Jesús. Pero, ¿en qué queda este compromiso? ¿En ir a Misa los domingos y se acabó? Quizá es momento de replantearnos nuestra relación con la Iglesia, con nuestra fe.
Hay momentos que cambian la vida. Parecía un día más, pero sin saber por qué, todo cambió para siempre.
Cuando nos hemos encontrado con Cristo, la escala de valores da un vuelco.
Jesús se acerca a nuestra vida “paseando”. En medio de nuestras realidades cotidianas. Y llama al seguimiento, sin condiciones. Andrés es un nombre griego, no hebreo. Su llamada no conoce límites, ni muros ni fronteras. Es convocación para todo ser humano.
"Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres" Vivimos tiempos en el que el compromiso para toda la vida da miedo, en cualquier estado de la vida, por eso es un signo de valor, de superar el miedo y atreverse a seguirle con radicalidad.
El encuentro con el Señor es siempre una llamada a desinstalarnos, a dejar a un lado nuestras "redes" y a ponernos en camino al encuentro del otro.
 
Oración del misionero
Señor, cuando nos mandas a sembrar, 
rebosan nuestras manos de riquezas; 
tu palabra nos llena de alegría 
cuando la echamos a tierra abierta.
Señor, cuando nos mandas a sembrar, 
sentimos en el alma la pobreza: 
lanzamos la semilla que nos diste 
y esperamos inciertos la cosecha.
Y nos parece que es perder el tiempo, 
este sembrar en insegura espera.
Y nos parece que es muy poco el grano 
para la inmensidad de nuestras tierras.
Y nos aplasta la desproporción de tu mandato 
frente a nuestras fuerzas, 
pero la fe, nos hace comprender, 
que estás a nuestro lado en la tarea.
Y avanzamos sembrando por la noche 
y por la niebla matinal.
Profetas pobres, 
pero confiados 
en que Tú nos usas como humildes herramientas.
Gloria a ti, Padre Bueno, 
que nos diste a tu Verbo, semilla verdadera, 
y por la gracia de tu Santo Espíritu 
la siembras con nosotros en la Iglesia.

Hno. Fermín Gainza




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