Espíritu de servicio




“¿Quién soy yo 
para que me visite 
la madre de mi Señor?” 
(Lc 1,39-45)

María, nada más dar su sí al Ángel Gabriel, se puso en camino para atender a Isabel.
Eso es generosidad.
Eso es espíritu de servicio.

A nosotros no se nos pide nada extraordinario.
Se nos pide, eso sí, que no nos lo pensemos tampoco dos veces cuando haya que echar una mano y que tengamos esa disposición al servicio siempre: en nuestra vida como trabajadores, en nuestra vida como ciudadanos, en nuestra vida como vecinos, en nuestra vida entre los amigos o en nuestra vida en familia.
Ha de ser una disposición del corazón, una actitud, que vaya con nosotros, hagamos lo que hagamos, desde la sencillez de nuestra vida cotidiana.

No tengamos miedo a dejar actuar al Espíritu Santo en nuestra vida...
Él nos desinstalará y nos invitará a ponernos en camino hacia el otro, para que descubramos en ese encuentro, el gozo de su Presencia y la alegría de su Salvación.

"¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!"
Elegida por Dios, tocada por la mano del Altísimo, una mujer como nosotros, llena del Espíritu Santo, esperanzada, confiada en el Señor que le propuso un gran proyecto de vida...
María.

El encuentro de las dos madres y el del Mesías con su Precursor constituyen la expresión de un único cántico de alabanza y acción de gracias a Dios por su presencia salvadora en medio de los hombres.

Dos mujeres.
Un largo viaje.
Un saludo sencillo y acogedor. 
Un encuentro que calienta el corazón.
Parece la parábola de cada hombre.
Sí, porque cada encuentro con el otro nos compromete a cada uno de nosotros en un viaje. 

Sal de ti mismo, de tu hogar, de tu ciudad. 
Vas hacia el ser humano, muévete y corre donde sea necesario.
No con las manos vacías: es el corazón, es el vientre, es la libertad lo que trae algo nuevo: aquellos que han recibido buenas noticias no se las guardan y saben que esta noticia calentará y «hará grande» la vida de aquellos con quienes se encuentren. 

¿No es también la parábola de nuestro Dios?
Lo vivió en el hijo de Nazaret.
En Él salió a nuestro encuentro.
El Señor está cerca. 
La Navidad: un encuentro.

La fe despierta la alegría porque nos muestra unos planes que no son los nuestros, unos deseos que se ven saciados, y un servicio que nos humaniza.
Mirar a María es descubrir la alegría, la plenitud y la entrega.
Modelo de mujer, de creyente y de discípula.

¡Feliz la que ha creído!
Feliz, tú, María, porque has creído,
porque buscas la voluntad de Dios
y no la tuya.
Feliz tú, María, porque te dejaste
amar por el Señor
y en esta disponibilidad y entrega,
tu vida se realiza.
Feliz tú, María, porque arriesgas
tu futuro en el futuro de Dios
y nadie te lo arrebatará.
Feliz, tú, María, porque el sentido
de tu vida es estar, dichosa y confiada,
en las manos de Dios.

Cercanos ya a la celebración del nacimiento de Jesús, ¿qué estás haciendo para compartir la fe, para salir de tu comodidad y estar atentos a las necesidades de quienes te rodean?
Si aún no te has puesto en marcha, ¡espabila!

Ven Señor Jesús, para que al sentirte cercano
aprenda amarte y te amen mis pensamientos,
te amen mis deseos, te amen mis entrañas.
Ven Señor Jesús, para que intuya tu amor
y sea capaz de responderte con un amor limitado
pero abierto a recibirte y a dejarse amar cada día más.
Ven Señor Jesús, para que pueda agradecer la ternura tu presencia,
tu silencio respetuoso en mis límites,
la suavidad y delicadeza de tu perdón.
Ven Señor Jesús, para que pueda bendecirte,
alabarte y gozarme de tu presencia.


Señor, dame unos pies ligeros y unas manos abiertas,
para servir a quién lo necesite, como los María.
Que no deje para mañana el bien que pueda hacer hoy.
Gracias por las personas acogedoras, como Isabel.
Gracias por las personas que me aman y se alegran al verme.
Gracias por los que saben abrazarme, escucharme y hacerme sentir muy especial.
Gracias por las personas que confían en mí.
Señor, gracias por las personas con las que puedo compartir la fe,
con las que puedo comprobar que mi fe no es una locura,
con las que puedo apoyar mi fe pequeña y débil,
con las que puedo disfrutar la alegría de sentirnos tocados por tu amor.
 Amén.

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