¡Paz a vosotros!



“Paz a vosotros… Vosotros sois testigos de esto” (Lc 24,36.48)    


¿Cómo curar en los discípulos el fracaso de la cruz?
Sólo con paz.
La presencia del Resucitado en medio de tanto miedo les trae la paz: "¡Shalom!"
¡Vuelve la paz!
Una paz que manda ir lejos, abrir y dejar entrar el aire fresco del exterior. 

¡Paz a vosotros!
Es el saludo del Resucitado.
Jesús les regala su Paz y cercanía.
No están solos.
Es el don que Dios nos hace en Pascua: paz para nuestro corazón, paz para las familias, los pueblos, el mundo entero, un don que tenemos que pedir y acoger.

La paz que él trae no se concilia con el miedo que cierra, que bloquea las palabras en el fondo de la garganta e impide respirar. 
La paz que trae la presencia del resucitado posee la alegría insaciable del que sabe, la audacia del que ha experimentado. 
Manda dejarse llevar por el soplo del Espíritu. 

Ha bastado una palabra para que todo recomience.
La fe no puede nacer en el temor, se desarrolla en la paz de un corazón que, sin necesidad de pruebas ni demostraciones, se siente amado y capaz de amar.
 La fe es como la vida: muere cuando vive angustiada, se envenena cuando ya no se atreve soñar.

Una sola palabra, "¡Shalom!"
hace que salten todos los cerrojos y nazca la fe liberada. 

¿Tienes paz?
¿Cómo es tu paz?
¿Has experimentado esa paz pascual?

Hay personas que son testigos de paz y humildad, de bondad y perdón, de solidaridad y lucha por la justicia.
¿Será en la casa de estos pobres donde se esconde Jesús?
Vete hoy con los ojos abiertos.
Si encuentras a alguien que se parece a Jesús, detente un rato y conversa con él.              

Dame una y otra vez tu paz, Señor, hasta que yo también sea artesano de paz.   

Si te escondes en mi vida, Señor, ¿por qué te busco fuera de ella?          


"Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme...” 

 



Un Dios de carne y hueso.
Un Dios que se deja tocar.
Una Vida que se hace creíble.




Una resurrección que se experimenta con los sentidos.
Nuestra vida como cristianos o es así, o no será.

¿Quieres conocer a alguien?
Mírele a sus manos y a sus pies.
¿Quieres conocer al verdadero cristiano?
Mírele las llagas y los pies.
Manos y pies que revelan el amor crucificado.
Manos y pies que revelan el amor hasta la muerte en la Cruz.


Jesús tiene sus marcas de identidad.
A Jesús lo reconocemos e identificamos por sus manos y sus pies.
¿No tendrían que ser también las marcas que nos identifiquen a nosotros los cristianos?
En vez de presentar nuestro carné de identidad:
Presentar nuestras manos, heridas de tanto servir a los demás.
Presentar nuestros pies, heridos de tanto caminar hacia los demás.
Presentar nuestras manos vacías, de tanto dar de lo nuestro.
Presentar nuestras manos, endurecidas de tanto trabajar por los demás.
Presentar nuestras manos, gastadas de tanto estrechar las manos de los demás.
Nuestros pies, con las huellas de tantos caminos andados al encuentro de los demás.

Para reconocer al Resucitado hay que acercarse a las llagas de los hermanos y atreverse a tocarlas y curarlas.
Es él en persona.

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