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Sígueme



“Leví ofreció en su honor 
un gran banquete en su casa” 
(Lc 5,29) 

A veces me asusto de mi propio pecado.
Entonces recuerdo la misericordia de Jesús.
Y me lleno de esperanza.
Sé que ha venido a rescatar a los pecadores, a los que necesitamos que nos sane.
Jesús viene a buscar pecadores para redimirlos con su misericordia.
¿Y tú, practicas la misericordia también con tus hermanos?

El Espíritu invita a entrar en la verdadera conversión.
Cuando alguien se convierte a Jesús le brota la generosidad por todas partes.
Ofrece hoy un banquete de adoración a Jesús.
Sal al encuentro de los pobres; sírveles, regálales la paz y la bondad del corazón.

Todo te ofrezco, Jesús.
Todo cuanto hay en mí. 

SÍGUEME.
Invítame a seguirte, 
a estar contigo, 
a compartir tu vida, 
a escuchar tus latidos.
Invítame a seguirte, 
sedúceme al oído, tan suave, 
que no quiera sino estar contigo.

En este nuevo día de Cuaresma, esta sencilla oración:

Restáurame, renuévame, 
levántame con tu amor, Dios mío.


Señor, hoy he escuchado tus golpes a mi puerta,
fuertes pero delicados,
inesperados pero inconfundibles
("He aquí que estoy a la puerta y llamo":
"Ya es hora de despertar").

Puedo dar un nuevo giro a la llave
y atrancar por dentro
(no sería la primera vez).

Tú seguirías a mi puerta, cubierto de rocío,
esperando,
respetando mi libertad,
y yo iría perdiendo sensibilidad
para percibir el timbre de tu voz,
la fuerza insobornable de tus latidos
en el silencio de la noche.

Señor, no quiero seguir adormilado,
no me resigno a que despierte sólo
mi "yo superficial":
el yo de los sentidos y de las apariencias,
el yo que vive a flor de piel,
el yo que muere y se deshace,
el que no pasa la frontera.

Sacude las raíces más hondas de mi ser,
y haz que abra los ojos
ese "yo profundo" donde tú habitas
y te revelas,
donde resuena tu palabra
llamando a la conversión,
donde se realiza misteriosamente
la comunión de alma contigo.

Que no me quede en la corteza, Señor.
Enséñame a gritarte desde lo hondo,
a escucharte desde lo hondo,
a contemplarte con "los ojos del corazón",
a esperar como el guardián que no duerme
o como las vírgenes que esperan
con las lámparas encendidas.

Que toda mi historia, Señor,
se vaya convirtiendo en una vigilia
cada vez más clara, más lúcida, más luminosa.
Gracias a que tu cercanía acorta las distancias
y destruye la oscuridad.

Enséñame a reconocer tus señales
y a convivir contigo en la morada secreta
para poder luego darme a los hermanos.
Te lo pido para mí
y para todos y cada uno de ellos. Amén

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