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Servir


“El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida 
en rescate por muchos” 
(Mt 20,28)   

El Espíritu nos coloca en nuestro sitio, que es el sitio de Jesús.
Cambia nuestras pretensiones de grandeza y nos pone el delantal para el servicio, para curar y cuidar la vida.
Cambia nuestras comparaciones con los demás y nos lleva a sentarnos en la mesa de los pecadores.
Recuerda que da vida quien ama, libera quien sirve. 
Actúa en nosotros, Espíritu de amor.
Envíanos tu fuerza para ser testigos del Evangelio. 

“El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor.”
Esto se concreta en: estar pendiente de las necesidades de los demás, ofrecer nuestra ayuda, estar al quite, estar disponible, hacer cosas que incluso no me corresponden...
Está clarito, ¿no?

Servir significa acoger, inclinarse ante el necesitado y tenderle una mano sin cálculos, sin temor, con ternura y comprensión.


Necesitamos el aprendizaje de la humildad.
Necesitamos luz en la conciencia.
El ego nos la juega constantemente.
Hemos de practicar el lenguaje del amor, traducido en servicio.

"¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?"
Si lo sois, no estaréis para que os sirvan, sino para servir.
No tiranizaréis.
No oprimiréis.
No será así entre los que sirven y renuncian a sí mismos por amor a sus hermanos.
Jesús propone un mundo de amigos que se cuidan.

El primer verbo es acoger.
El segundo es escuchar.
Y el tercero es dialogar.
De esos tres verbos nace el verbo que no ha de faltar y que abre las vidas unas a otras de par en par: AMAR.
Lo demás es falsear la existencia y arrastrarla hacia el sufrimiento y la iniquidad.

A veces los cristianos soportamos la incomprensión de los demás por nuestra fe.
¡No desfallezcas!
¡Llévala con orgullo hasta el final!

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