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“Escuchadlo”

“Jesús tomó consigo a Pedro, 
a Santiago y a Juan, 
subió aparte con ellos solos a un monte alto, 
y se trans­figuró delante de ellos” 
(Mc 9, 2) 

El deseo del Espíritu es que participemos de la gloria de Jesús, que nos pongamos en camino con él, para hacer de la vida un don de amor a los demás.
Nos lleva a la montaña donde se adquiere la libertad interior. 
Jesús no te engaña.
Vete con él al monte, donde adquirirás la libertad interior para seguirle. 
Gracias, Padre, que así hablas de Jesús y de nosotros: 
“Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”.

La fe es descanso para el alma, en un mundo donde abunda la violencia, las prisas, la desesperanza.
También es acicate, impulso, motor que nos pone en marcha para llevar al mundo esperanza, aliento, paz.

A veces la montaña del encuentro con Dios está en el abismo de uno mismo.
Es allí donde el corazón escucha Su voz.
Es allí donde nace la Luz que lo cambia todo.

Jesús se manifiesta en nuestra vida cada día, en cada detalle.
Solo que a veces tenemos el corazón demasiado cerrado para darnos cuenta de ello …

¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ!
Contigo, a tu lado, en tu pecho recostado.
En el candor de la noche, tu voz es un derroche.
Quiero así quedarme y que el tiempo se pare.
Sentir y guardar tu aliento para justo ese momento en que de mí lejano no note junto a mí tu mano.

Es tiempo de DIOS, de estar con él, en él, bajo él, para él, junto a él, delante de él, por él, desde él.

Basta una brasa
para encender toda la noche.
Basta un puñado de semillas para reverdecer toda la espera.
Basta la mirada de un centinela para alertar toda la ciudad.
Basta el grito de un pobre para movilizar toda la justicia.
Basta la vida de un Hombre
para reconciliar todo el universo. (Benjamin González Buelta, sj)


A ti, Señor, levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo y entre los hijos de los hombres.
Levanto mis ojos de donde viene mi esperanza.
La esperanza me llega a borbotones de tu inmenso amor,
de que no te olvidas nunca de mí.

Muchos hombres ponen su esperanza
en que tengan suerte en el juego,
en que todo les salga bien,
en la solución de sus problemas.

Mi esperanza es pronunciar tu nombre.
Mi alegría se llama conocerte,
saber de tu bondad infinita,
más allá de donde alcanza mi razón.
Tú eres una puerta abierta,
una ventana llena de luz.

Cuando los hombres me miran,
me preguntan por qué sigo creyendo,
por qué Tú sigues siendo mi esperanza, me digo:
si te conocieran, si supieran sólo un poco de ti,
si ellos descubrieran lo que tú me has dado,
estoy seguro de que no dirían lo que dicen;
pues Tú eres maravilloso, acoges mis pies cansados.

Por eso, por todo y por siempre,
Tú, Señor, eres mi esperanza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. 
Amén


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