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Amar la vida entregándola



“El que pierda su vida 
por mi causa la salvará” 
(Lc 9,24)  

"Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él... es tu vida" (Dt 30,15-20).
La elección es simple, humilde.
Con ella viene un contento constante que no tiene precio.
Bendita elección.
Él pasó haciendo el bien.
Tú sé su discípulo.

Elegir el camino del bien es elegir la vida, aunque a veces sea un camino de cruz.
En cambio elegir el camino del mal es la muerte, aunque sea engañosamente atractivo y seductor.
Elegir a Jesús, es elegir el bien y la vida.


"Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto, no se marchitan sus hojas; cuanto emprende tiene buen fin." (Sal 1)
Únete a Él.
Vivirás junto al río de la vida.
No tendrás sed.
Darás frutos que alimenten a otros, serás su bendición.
No te faltará la sonrisa ni la meta.

El Espíritu nos enseña que el único camino seguro es seguir a Jesús, en su itinerario hacia la cruz. 
Pon los ojos en él y entrega hoy tu vida con libertad.
Quien entrega la vida por amor la gana para siempre.
Conocer a Cristo es una verdadera revolución.
Pero hay que estar dispuestos a aceptarla.
¿Te atreves?

“El Hijo del hombre tiene que padecer mucho... ser ejecutado y resucitar al tercer día.” (Lc 9, 22-25)
Jesús no es ningún ingenuo.
Tampoco lo puede ser el cristiano.
Seguir a Jesús con radicalidad (ojo, no con radicalismo) tiene unas consecuencias y también una recompensa.

Cuando hacemos de la vida donación, cuando la entregamos al servicio de los demás, sin importarnos perder o renunciar, se nos da la felicidad, la libertad, la plenitud de ser en el amor.

Enséñanos, Jesús, a amar la vida entregándola.


Sí importa lo que vivimos,
cada decisión,
los caminos elegidos
y los abandonados.

Las palabras importan,
y los silencios,
y las preguntas.

Las encrucijadas
nos conducen
al amor o al vacío,
a lo cálido o a lo inhóspito
al prójimo o al espejo.

Cada paso deja una huella
en el mundo,
en el alma de los nuestros,
en la misma tierra que somos,
y en Dios.

Dios carga con muchos golpes
y algún que otro abrazo.
Sigue creyendo en nosotros.
Dios a veces llora,
y espera.

Somos libres,
y eso asusta.


José Mª Rodríguez Olaizola, sj

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