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Jesús todo lo transforma





“Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa” 
(Lc 5,29)  


Leví ofrece a Jesús un banquete. 
Están invitados los descreídos y los pecadores.
Jesús está feliz. 
Leví descubre el sentido de su vida en la compasión acogedora de Jesús. 
Cuando participes en la Eucaristía, no dejes de mirar a las personas que participan; son tus amigos, tus hermanos.
Con ellos sigues a Jesús.   

La mirada de Jesús todo lo transforma


Jesús, cuánto bien nos hace que vuelvas a tocar nuestra existencia con tu misericordia. 
Nuestra tristeza infinita solo se cura con tu infinito amor.


Nos dejamos llevar por las apariencias. 
Evitamos a los que no piensan como nosotros o a los que ponen de manifiesto con su vida los enredos que cada uno guarda en su interior.  

Jesús al comer con los publicanos se hace «compañero de pecado» según la tradición judía. 

Sí, tú también eres pecador. 
Pero Jesús te ofrece un camino de conversión. 
¿Qué le contestas?
 
Para que el mensaje de Jesús llegue a todos hay que estar al lado de los que no son de «los nuestros»

Jesús conoce nuestras debilidades y nos ama. 
¿Por qué excluimos con tanta facilidad? 

El Señor festeja con los pecadores, se festeja la misericordia de Dios que cambia la vida


• Señor, crea en mí un corazón nuevo.



Señor, hoy he escuchado tus golpes a mi puerta,
fuertes pero delicados,
inesperados pero inconfundibles
("He aquí que estoy a la puerta y llamo":
"Ya es hora de despertar").

Puedo dar un nuevo giro a la llave
y atrancar por dentro
(no sería la primera vez).

Tú seguirías a mi puerta, cubierto de rocío,
esperando,
respetando mi libertad,
y yo iría perdiendo sensibilidad
para percibir el timbre de tu voz,
la fuerza insobornable de tus latidos
en el silencio de la noche.

Señor, no quiero seguir adormilado,
no me resigno a que despierte sólo
mi "yo superficial":
el yo de los sentidos y de las apariencias,
el yo que vive a flor de piel,
el yo que muere y se deshace,
el que no pasa la frontera.

Sacude las raíces más hondas de mi ser,
y haz que abra los ojos
ese "yo profundo" donde tú habitas
y te revelas,
donde resuena tu palabra
llamando a la conversión,
donde se realiza misteriosamente
la comunión de alma contigo.

Que no me quede en la corteza, Señor.
Enséñame a gritarte desde lo hondo,
a escucharte desde lo hondo,
a contemplarte con "los ojos del corazón",
a esperar como el guardián que no duerme
o como las vírgenes que esperan
con las lámparas encendidas.

Que toda mi historia, Señor,
se vaya convirtiendo en una vigilia
cada vez más clara, más lúcida, más luminosa.
Gracias a que tu cercanía acorta las distancias
y destruye la oscuridad.

Enséñame a reconocer tus señales
y a convivir contigo en la morada secreta
para poder luego darme a los hermanos.
Te lo pido para mí
y para todos y cada uno de ellos. 
Amén

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