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La ternura de Dios en la mirada de los niños



  • “HEMOS CONTEMPLADO SU GLORIA” (Jn 1,14).  

El inicio del evangelio de Juan es para ser meditado y orado con calma durante el tiempo de Navidad.
Presenta a Jesucristo corno Palabra o portavoz del Padre, como Luz, Vida e Hijo de Dios. Es quien da a conocer a Dios y ofrece el poder ser hijos e hijas suyos.
Esto porque el Hijo se ha hecho hombre y ha vivido entre nosotros una vida plenamente humana.
En esta vida humana de Jesucristo debemos descubrir quién es Dios y qué estamos llamados a ser los hombres y mujeres.

- Gracias, Señor Jesús, por haberte hecho uno de nosotros. Que nuestra vida consista en dejamos hacer semejantes a ti.

Los niños son todo ojos para mirar el amor que hay a su alrededor y quedar empapados de ternura.
Nunca se cansan de mirar y escuchar. Los padres realizan cada minuto una tarea artesanal con sus hijos.
Los niños nos enseñan a mirar a Jesús junto a sus padres José y María.  



“Es hermoso cuando las mamás enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús o a la Virgen.
¡Cuánta ternura hay en ello!
En ese momento el corazón de los niños se convierte en espacio de oración” (AL 287).


Terminamos el año con el mismo Evangelio de La Navidad.
“La Palabra se hizo carne”.
Me parece un Evangelio muy apropiado para el día:
Mientras el año 2016 está en agonía, prácticamente ya le hemos dado la unción de enfermos, y se nos irá esta noche:
Nadie va a hacer luto por él.
Nadie asistirá a su velatorio.
Todos lo celebraremos con la juerga que todos conocemos.
El Evangelio nos habla de “nacer”: “Estos han nacido de Dios”.


Primero una mala noticia: “Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”.
¿Estarían todos de juerga?
Pero luego, la maravillosa noticia: “Los que la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos han nacido de Dios”.


¿Por qué hablar tanto de la muerte?
Si nos pasamos la vida “naciendo”.
Primero nacimos “en el corazón y el pensamiento de Dios”.
Nos parecemos a la Palabra: “En el principio ya existía la Palabra”.
Nos parecemos a Jesús que, antes de encarnarse “ya existía en el Padre”.
En segundo lugar, “nacimos como brotes en la vida de nuestros padres”.
En tercer lugar, “nacimos creyendo en la Palabra encarnada”.
Y seguimos naciendo cada día.
Porque cada día, es un nuevo amanecer.
Porque cada día, nos abrimos a la Palabra.
Porque cada día, “la recibimos en nuestra casa”.


Por tanto, terminamos el Año Viejo:
No hablando de muerte.
Sino abiertos a la vida.
Y no una vida cualquiera: No es la vida que “nace de la carne, ni del amor humano”, que es perecedera, sino de la vida misma de Dios.


Muchos celebrarán esta noche “la muerte del año que se nos va”.
Nosotros celebraremos la nueva vida que nos viene de la fe en el Niño recién nacido.
Serán alegrías distintas.
Unos, se alegrarán por la gran cena de Nochevieja, acompañada de su “bailetón” hasta la madrugada y el “caldito caliente” para comenzar el nuevo día.
Otros, nos alegraremos celebrando el nuevo Nacimiento de Jesús en nuestras Misas, actualizando nuestra fe en El.
Nos alegraremos sí del “Año Nuevo”.
Pero nos alegraremos mucho más de “sentirnos a nosotros mismos nuevos, nuevos hijos de Dios”.
Esa es nuestra verdadera novedad.


A todos los que “lo habéis reconocido”: ¡Felicidades!
A todos los que “lo habéis recibido en vuestra casa”: ¡Felicidades!
A todos los que habéis “renacidos como hijos de Dios”: ¡Felicidades!


Y que el Nuevo Año, que estamos a punto de comenzar, signifique para nosotros:
Un seguir reconociéndolo cada día.
Un seguir abriéndole las puertas de nuestro corazón,
Un seguir disfrutando de nuestra condición de hijos de Dios.
La alegría de la Nochevieja durará unas horas.
La alegría de nuestro nacimiento como “hijos de Dios” durará todo el año y todos los años.


¡Feliz Nochevieja a todos!



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