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Ojos claros y limpios





“¿Por qué te fijas en la mota 
que tiene tu hermano en el ojo 
y no reparas en la viga 
que llevas en el tuyo?” 
(Lc 6,42)

Los ejemplos de este Evangelio son claros.
Son fáciles de comprender.
 A nosotros nos toca aplicarlos a nuestra vida: 
¿Cuáles son las vigas que llevamos en los ojos? 
¿Que tendríamos que cuidar en nosotros mismos, antes de intentar ayudar a los demás?
Cuidarnos es, además de una obligación moral, una exigencia del amor al prójimo.
Jesús nos previene también contra la hipocresía: a veces tenemos vista de lince para descubrir los fallos de los demás y de topillo para descubrir nuestros errores.
Tenemos que hacer un esfuerzo para ver a los otros y a nosotros mismos con la máxima objetividad. Tampoco sería bueno destacar sólo los pecados propios y las virtudes ajenas.
Es una conducta inmadura corregir a otros sin ver los propios defectos.
Nunca cambian tanto las cosas como cuando cambia uno mismo.
No cargues con los defectos de los demás.
 Es un peso demasiado grande para ti.
Cada noche aligera tu mochila de los fallos de los otros.
Las mediocridades de los demás con muy complicadas para ti, déjaselas a Dios.

Limpia tú, Señor, mis ojos.
Hazme bañar en la inocencia.
Así embelleceré a los demás con la mirada. 

Que el Señor me conceda la gracia de no entrar nunca con vigas atravesadas en mi alma.
¡Qué bueno sería si cada mañana le pedimos al Señor:
“Señor, que hoy me enseñes a ver lo bueno de mis hermanos”!

El mejor servicio, que nos hace el Evangelio, es abrirnos los ojos.
La vida y las enseñanzas de Jesús son cómo abrirnos los ojos para poder ver la totalidad de lo que creemos que estamos viviendo, pero que en realidad no vemos.

El evangelio invita, según el Papa Francisco, a "saber percibir lo que de bueno hay en cada persona y no permitir que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo todo".
Y también a tener la capacidad y honestidad de reconocer los propios defectos.
Esto nos ayuda a ser más misericordiosos con los defectos de los demás y, por tanto, más capaces de ayuda mutua.

- Que tu palabra, Señor, ilumine nuestras cegueras y sepamos ayudarnos mutuamente.

 “Señor, ayúdanos a ver claro”
“Danos fuerza para cambiar”
“Perdona nuestra hipocresía”.


Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón,
con la luz de tu Verdad y de tu Amor,
para que yo me haga cada día más sensible al mal que hay en mí,
y que se esconde de mil maneras distintas,
para que no lo descubra.
Sensible a la injusticia que me aleja de Ti
y de tu bondad para con todos los hombres
y mujeres del mundo.
Sensible a los odios y rencores
que me separan de aquellos
a quienes debería amar y servir.
Sensible a la mentira, a la hipocresía,
a la envidia, al orgullo, a la idolatría, a la impureza,
a la desconfianza,
para que pueda rechazarlos con todas mis fuerzas
y sacarlos de mi vida y de mi obrar.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón, para que yo me haga cada día más sencillo,
más sincero, más justo, más servicial,
más amable en mis palabras y en mis acciones.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón, para que Tú seas cada día con más fuerza,
el dueño de mis pensamientos, de mis palabras
y de mis actos;
para que todo en mi vida gire en torno a Ti;
para que todo en mi vida sea reflejo de tu amor infinito, de tu bondad infinita, de tu misericordia
y tu compasión.
Dame, Señor, la gracia de la conversión sincera
y constante.
Dame, Señor, la gracia de mantenerme unido a Ti siempre,
hasta el último instante de mi vida en el mundo, para luego resucitar Contigo a la Vida eterna.   
Amén.

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