Mis queridos hermanos y hermanas:
“Que Cristo habite, por la fe, en vuestros corazones, que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento”. Con estos deseos, os felicito la Navidad y el Año Nuevo. He hecho mías estas palabras de la carta del apóstol Pablo a los cristianos de Éfeso. El primer deseo es que Cristo habite en vuestro corazón. Debemos preguntarnos: ¿quién habita en nuestro corazón?, ¿a quién pertenece?, ¿está acaso vacío? Son preguntas que no podemos eludir porque de su respuesta depende el sentido de nuestra vida. Cuando el corazón está habitado por alguien que nos ama incondicionalmente nos sentimos realmente contentos, dignificados y fortalecidos. Si Cristo habita en él, nuestro corazón será luminoso, limpio, estará lleno de alegría y de amor auténtico. Todo lo que salga de él será bueno, constructivo y aportará paz. Para esto es necesario abrir la puerta, y esta puerta es la fe: acoger a Cristo en la fe, dejarlo entrar en nuestra vida, fiarnos y confiarnos a Él. “La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con Él”.
El segundo deseo es que el amor sea la raíz y el fundamento de nuestra vida. La Navidad es la celebración de la venida al mundo del Hijo de Dios, que ha entrado en la fragilidad de lo humano para mostrarnos el amor de Dios y hacer posible que nosotros podamos construir nuestra existencia sobre ese cimiento. Dios ha tomado la debilidad de nuestra carne para que nosotros participemos de su amor. De esta experiencia brota una vida nueva, cuya raíz es el amor y produce frutos de bondad. Si la raíz es el amor, todo lo que hagamos será bueno. Cuando la raíz de la vida es el egoísmo, el afán de lucro, el dominio del otro, el resultado es desastroso, devastador. Sin una raíz nueva las crisis no se superan.
La auténtica Navidad es acoger a Cristo en nuestro corazón y dejar que su amor sea la raíz de nuestra existencia. Él ha venido a habitar entre nosotros, pero “los suyos no le recibieron” (cf. Jn 1, 11). El drama de la humanidad es no dejar lugar a Jesús: impedir que sus palabras y sus gestos impregnen nuestra sociedad.
En este mensaje no puedo dejar de referirme a las personas que se quedan sin hogar. Todos sabemos lo importante que es el hogar para la vida de una familia, para el desarrollo armónico de la persona.
No podemos olvidar las palabras de Jesús que se identifica con los más pobres y, desde ellos, reclama nuestra capacidad de acogida para todos los que se queden sin hogar. ¿No seremos capaces de construir una sociedad que ofrezca una vivienda digna para todos? ¿No encontraremos en la Navidad un estímulo para purificar todos los intereses egoístas que dejan excluidas a tantas personas en nuestro mundo?
Si Cristo habita por la fe en nuestros corazones seremos constructores de un mundo en el que se experimente la fraternidad; si el amor es la raíz de nuestra vida seremos sembradores de esperanza, sembradores de paz en nuestra sociedad.
Con todo mi afecto os deseo feliz Navidad a todos.
+ José Vilaplana Blasco,
Obispo de Huelva
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