Era el atardecer. El Rabí caminaba lentamente por la calle hacia su casa. Pasó junto a una ventana detrás de la cual ardía una pequeña vela, y delante de la vela estaba sentado un viejo zapatero remendón, inclinado sobre sus zapatos. Detúvose el Rabí a contemplar la escena. A la habitación entró la esposa del zapatero y le dijo que dejara el trabajo, que ya era tarde, que no esforzara más sus ojos y que fuera a comer. El zapatero le contestó: "Mientras arde la vela aún se puede hacer algo". El Rabí oyó la respuesta del hombre y quedó estremecido. En esa frase latía una profundísima verdad. A la mañana siguiente el Rabí corrió a la ieschivá (casa de altos estudios talmúdicos) y dijo a sus discípulos: "Ayer aprendí una gran lección de un humilde zapatero: Mientras arde la vela aún se puede hacer algo. Se trata de la vela de la vida. Mientras hay vida nunca es tarde y siempre se puede recomponer la ruta emprendida"
Salve, José, amante y tierno padre. Salve, guardián de nuestro Redentor. Esposo fiel de tu bendita Madre y salvador del mismo Salvador. Al buen Jesús pudiste ver sin velo y sobre ti sus miembros reclinó. Al Hacedor de tierra, mar y cielo con cuánto amor le besas y te besó. ¡Oh, qué feliz el nombre de Hijo que dabas! Ninguno fue por Dios tan encumbrado como tú, José. ¡Oh, fiel guardián de nuestro Redentor! Dichoso aquél, José, que tú proteges y el que con fe te invoca en la aflicción, jamás, jamás lo dejas sin amparo y protección. ¡Oh, San José, amante y tierno padre, santo sin par y espejo de virtud! Haznos amar a la divina Virgen y a nuestro Dios y Salvador. “Protege, oh bienaventurado José, protégenos en nuestras tribulaciones. Defiéndenos de las asechanzas del demonio, protégenos con tu patrocinio, y ayúdanos y sostennos con tu auxilio para que podamos santamente vivir, piadosamente morir y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza”. (León XIII)
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