Miércoles de Ceniza.


La cruz de ceniza...

“La cruz de cenizas, trazada en la frente de cada cristiano, no es solo un recordatorio de muerte, sino, de modo inevitable (aunque tácito), una prenda de resurrección.
Las cenizas del cristiano ya no son meras cenizas.
El cuerpo de un cristiano es un templo del Espíritu Santo, y aunque le sea fatal ver la muerte, volverá otra vez a la vida en gloria.
La cruz, con que las cenizas se disponen sobre nosotros, es el signo de la victoria de Cristo sobre la muerte.
Las cenizas de este miércoles no son meramente un signo de muerte, sino una promesa de vida para los que hacen penitencia.
Y sin embargo, las cenizas son claramente una invitación a la penitencia, al ayuno y a la compunción.
De ahí el carácter aparentemente paradójico de la liturgia del Miércoles de Ceniza.
El evangelio nos invita a evitar los signos exteriores de dolor, y cuando ayunemos, a perfumarnos la cabeza y lavarnos la cara.
Pero recibimos un unto de ceniza en la cabeza. Debe haber dolor en este día de alegría.
Es un día en que el dolor y la alegría van de la mano: pues tal es el significado de la compunción, una tristeza que traspasa, que libera, que da esperanza y por tanto alegría.
Sólo el desgarro interior, la ruptura del corazón, produce esa alegría.

Deja salir nuestros pecados, y deja entrar el limpio aire de la primavera de Dios, la luz del sol de los días que avanzan hacia Pascua”.

Thomas Merton.
Tiempos de Celebración, 119-122.

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