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Celebrar la Semana Santa

Un escrito de Guillermo Juan MoradoDoctor en Teología
Las Parroquias han comenzado la celebración de la Semana Santa.
En la Liturgia se actualizan los principales misterios de la fe cristiana: la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
El centro de la Semana Santa está constituido por el Triduo Sacro: el Viernes y el Sábado Santos, y el Domingo de Pascua.
El Viernes Santo, primer día del Triduo, comienza en la tarde del jueves con la celebración de la Misa Vespertina de la Cena del Señor.
Jesucristo, la víspera de su muerte en la cruz, celebró la Santa Cena, en la que instituyó el sacramento de la Eucaristía y el sacramento del Orden Sacerdotal y dio el "mandamiento nuevo"; amar al prójimo como Él nos amó; es decir, hasta el extremo, hasta dar la propia vida.
El Viernes Santo tiene su centro en la adoración de la Cruz.
La santa Cruz es la señal del cristiano, porque en ella murió Jesucristo para redimir a los hombres.
La Cruz es la máxima manifestación del amor de Dios por los hombres.
El Señor, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y se abajó hasta padecer la muerte, y muerte de Cruz.
La Iglesia adora, el Viernes Santo, el árbol de la Cruz, donde estuvo clavado Aquel que es la salvación del mundo.
El Sábado Santo, segundo día del Triduo Pascual, es un día de silencio y de meditación; de vela junto al sepulcro del Salvador.
Cristo no sólo murió en la cruz, sino que "estuvo muerto", descendiendo a los infiernos de la separación de Dios.
El Sábado Santo la Iglesia se siente solidaria de los que piensan que Dios ha dejado de hablar al hombre; de los que creen que, realmente, Dios ha muerto.
El silencio del Sábado Santo es el silencio del ateísmo, de la duda, de la desconfianza de Dios.
En medio de este silencio, emerge como figura de la fe confiada la Soledad de la Virgen María. Ella sabe que Dios, con frecuencia, calla, pero que Dios no abandona al justo; sobre todo, que Dios no abandona a su Hijo. Junto a María, la Iglesia aguarda, confiada únicamente en la promesa de Dios, en que la muerte y el pecado no tienen la última palabra.
A pesar del sufrimiento y del aparente sinsentido, la última palabra la tiene Dios. Dios, que escucha y rehabilita al justo.
El tercer día del Triduo Pascual es el Domingo de Resurrección. Cristo, victorioso, emerge del sepulcro.
En la noche santa de la Pascua, en la solemne celebración de la Vigilia Pascual, la Luz que es Cristo disipa las tinieblas de la noche; la oscuridad de un mundo sin Dios.
La Cruz es el paso a la Vida. Cristo, vencedor de la muerte, ha resucitado y su resurrección llega a todos los suyos por medio de los sacramentos pascuales: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.
A todos los cristianos se les brinda, en la Semana Santa, la posibilidad de profundizar en los fundamentos de su fe; en el misterio del amor de Dios que envió a su Hijo para que, muriendo, destruyera la muerte, y resucitando nos diera la verdadera vida.

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